Ella danzaba, tímida y concentrada, en cada ronda que los maestros generaban al comienzo del día como un ritual sucesivo, necesario de cumplir para el mundo espiritual. Para despertar calidez en las almas. Que cuando se fusionan, generan lo más trascendental de la educación en la infancia, la simbiosis  alumno-maestro. Si hay conexión, hay aprendizaje  y mucho más. Por eso, esas rondas son mágicas y transformadoras. 

Casi nada de esto comprendíamos por aquel inicio del 2015. Año que se presumía difícil. Llegaban nuevos impulsos, nuevos desafíos. El que más nos importaba en ese momento era el desafío de elegir qué tipo de educación o pedagogía queríamos para nuestra hija, Luz Gaia. Iba a cumplir en marzo sus tres años y queríamos que comenzara el jardín. Opciones teníamos pero no nos convencían. Como que algo más buscábamos pero no sabíamos bien qué. Éramos veinteañeros con ganas de hacer cosas distintas. 

Un sábado de juntada con amigos y fuera de la ciudad, mi amigo el Tano me comenta que la hermana de su novia estaba en un pequeño impulso educativo de una pedagogía diferente, alternativa. La hermana era Verónica que junto a Marcelo tenían a Felipe, también por cumplir los tres años. Y venían reuniéndose con otras familias desde hacía un tiempo en diferentes casas para que sus hijos jugaran, conquistaran el espacio y tiempo e inventaran su niñez. Y a todos esos adultos los unía la misma idea, abrir un jardín e implementar la pedagogía Waldorf. Esa que nos contaron esa tarde nuestros amigos. Quedamos maravillados. Ese día, la idea se había convertido en posibilidad, desafío, esperanza, resistencia, ilusión y porqué no, perpetuidad. 

Cuando volvimos a casa, empezamos a investigar un poco y buscamos establecer contacto para preguntar. Nos pasaron el contacto de la mamá que estaba haciendo las entrevistas para sumarse al grupo que iniciaría la travesía. Ella era Magdalena, su hija Mora también estaría en ese grupo. Ella, oriunda de Bs As, había traído tiempo antes las teorías de Rudolf  Steiner al grupo de adultos. Esa misma semana había una reunión informativa y Yelu asistió en nuestra representación. Llegó medio perdida al barrio de las diagonales, en la calle Mendoza. Allí estaba la casa rodeada de un jardín-patio a medio hacer. En la puerta de entrada estaba Carlos, actual secretario de la escuela, pero que en ese momento sería el primer maestro. El uruguayo estaba con una gran sonrisa recibiendo a la gente que llegaba. Adentro estaban Paula, primera maestra junto a Carlos y madre de Ulises; Graciela, madre de Lihuel; Romina, mamá de Octavio; y Laura, mamá de Julián. A Yelu le gustó que ambos maestros miraran a los ojos mientras hablaban. Les mostraron la casa mientras le contaban la idea general y lo que había que hacer para llegar a la fecha pensada de comienzo de clases.

Realmente parecía una casa normal y no tenía ni pinta todavía de jardín. Pero de alguna manera nos gustaba. Lo que no comprendo es cómo quisimos mandar a nuestra hija a una futura escuela donde el preescolar recién se estaba haciendo. Y veía a todas las madres y los padres con el mismo entusiasmo. Era una gran energía, como esa que describe Rudolf cuando las personas trabajan en comunidad y la individualidad se ve reflejada en ella. Y no nos conocíamos. Pero confiábamos  en las personas que estaban llevando a cabo el proyecto, para seguirlas y aprender en el camino. Eran dos grupos de personas conjugándose para llevar a cabo muchas cosas. Estaba el grupo armando el cuenco del jardín. Y ayudando, estaba el grupo formando el cuenco, el primero de la Formación Waldorf en Tucumán (fusionado con gente de Salta) en donde estaban Carlos; Angélica, maestra actual de movimiento y que formaba parte de ambos grupos al tener a Lucas; Federico, papá de Lucas; la psicóloga Josefina; Eliana, primera maestra de huerta; Hortensia, promotora de la pedagogía ; Silvina, primera maestra de primaria; Elena, primera maestra de labores; Patricia, primera directora legal de la escuela; el músico Matías; la artista Beatriz y tal vez me olvido de alguien más. Por fuera de estos grupos estaba un tal Charly  que fue, podríamos decir, nuestro primer tutor. Venía de Mendoza, pedagogo Waldorf con ciertas experiencias en otros impulsos. Junto con Carlos venían sugiriendo que se alquilara un espacio para que confluyeran los grupos y comenzara el jardín. 

Y en ese espacio alquilado Yelu asistió a una segunda reunión a la semana siguiente. Era una ronda más grande ya que asistieron casi todas las familias que comenzarían las clases. Completaban el grupo Alfonsina, mamá de Julia; Elisa y Ricky, que tenían a Magui; Julieta y Sebastián, que tenían a Benicio; Sebastián y Alejandra, con Mateo; Paulina  y Patricio, que tenían a Lorenzo; Sol, madre de Xavier; Federico y María Paula, que tenían a Máximo; Martín, papá de Julián; Ramiro, papá de Octavio; Fernando, papá de Lihuel; José, papá de Ulises. También estaba Charly  coordinando aquella reunión y algunas personas de la formación. Allí, Yelu escuchó por primera vez un lema de Steiner antes del comienzo del encuentro, que decía así: “Una vida social saludable sólo se consigue cuando en el espejo de cada alma, la comunidad entera encuentra su reflejo. Y cuando la virtud de cada uno, vive en toda la comunidad”. Quedó fascinada y creyó en ella. Y a partir de ahí, se convirtió en bandera…

  Ezequiel Zamora. Papá de Luz Gaia, Tahiel y Valentín.